LA ACULTURACIÓN: PRIVAR AL OTRO DE SU CULTURA.
Nosotros la entendemos como un proceso social de encuentro de dos culturas en términos desiguales, donde una de ellas deviene dominante y la otra dominada. Es dominante, por un lado, porque la acción cultural invasora se impone por la fuerza o la violencia y, por otro lado, aunque la dominada es violentada o conquistada, hace frente a la intervención de los primeros, mediante el sometimiento incondicional o a través de la resistencia social, valiéndose de múltiples recursos de subsistencia (Wachtel 1976). Esto quiere decir que la cultura que “interviene” no logra necesariamente una dominación total sobre la otra, como tampoco la cultura “intervenida” pierde totalmente sus patrones culturales y ésta, antes bien, ejerce resistencia de muchos modos, porque –como en el decir de Arguedas- “las culturas lenta y fatigosamente creadas por el hombre en su triunfal lucha contra los elementos y la muerte no son fácilmente avasallables” (1987:188, énfasis mío). 2 3 En el término aculturación el prefijo a implica alguna forma de privación o ausencia. Las relaciones de aculturación están acompañadas de imágenes de los otros y de sí mismos. Por una parte, la experiencia histórica nos ha mostrado que el lado intervencionista ha creído tener la prerrogativa de autoconcebirse como poseedor de la “cultura” y de no tener por qué alcanzar a reconocer en el otro este mismo rasgo, además de confinar radicalmente al interlocutor al mundo de la “naturaleza” o, en el mejor de los casos, limitarse a aproximarlo o relegarlo al mundo de los que pueden ser de condición humana. Para muestra un botón. En la lógica de los conquistadores en la historia latinoamericana los “nativos” eran casi siempre salvajes, paganos y bárbaros, en suma eran seres “sans roi, sans loi, sans foi” (Cf. Rowe 1964). Sin embargo, los acontecimientos actuales no se liberan de esta perspectiva, porque los otros siguen siendo propensos a ser considerados como “infieles” o como “terroristas”, lo que significa que la práctica aculturadora sigue vigente y es fundamentalmente etnocéntrica.
Nosotros la entendemos como un proceso social de encuentro de dos culturas en términos desiguales, donde una de ellas deviene dominante y la otra dominada. Es dominante, por un lado, porque la acción cultural invasora se impone por la fuerza o la violencia y, por otro lado, aunque la dominada es violentada o conquistada, hace frente a la intervención de los primeros, mediante el sometimiento incondicional o a través de la resistencia social, valiéndose de múltiples recursos de subsistencia (Wachtel 1976). Esto quiere decir que la cultura que “interviene” no logra necesariamente una dominación total sobre la otra, como tampoco la cultura “intervenida” pierde totalmente sus patrones culturales y ésta, antes bien, ejerce resistencia de muchos modos, porque –como en el decir de Arguedas- “las culturas lenta y fatigosamente creadas por el hombre en su triunfal lucha contra los elementos y la muerte no son fácilmente avasallables” (1987:188, énfasis mío). 2 3 En el término aculturación el prefijo a implica alguna forma de privación o ausencia. Las relaciones de aculturación están acompañadas de imágenes de los otros y de sí mismos. Por una parte, la experiencia histórica nos ha mostrado que el lado intervencionista ha creído tener la prerrogativa de autoconcebirse como poseedor de la “cultura” y de no tener por qué alcanzar a reconocer en el otro este mismo rasgo, además de confinar radicalmente al interlocutor al mundo de la “naturaleza” o, en el mejor de los casos, limitarse a aproximarlo o relegarlo al mundo de los que pueden ser de condición humana. Para muestra un botón. En la lógica de los conquistadores en la historia latinoamericana los “nativos” eran casi siempre salvajes, paganos y bárbaros, en suma eran seres “sans roi, sans loi, sans foi” (Cf. Rowe 1964). Sin embargo, los acontecimientos actuales no se liberan de esta perspectiva, porque los otros siguen siendo propensos a ser considerados como “infieles” o como “terroristas”, lo que significa que la práctica aculturadora sigue vigente y es fundamentalmente etnocéntrica.
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